sábado, 26 de enero de 2013

CAPÍTULO 4: “Rocky Yoshikawa


Era el quinto día de octubre y un gélido aire del norte agitaba con fuerza los trigales jóvenes en las colinas de Oshimoshi a las afueras de Tokio. El amanecer apenas hacía honor a su nombre aunque el trino de los pájaros en un pinar cercano hacía presagiar que las sombras pronto darían tregua. Cual severo vigía en la cima de la colina, se erguía la alta tapia de cemento del koukou Kiosone, el nuevo reformatorio para chicos.
Fruto tardío de la política oficial de mano dura con la delincuencia juvenil, el austero internado se jactaba de no haber tenido jamás una sola incidencia disciplinaria. Hasta aquella mañana
En mitad de la verde campiña acariciada ya por los primeros rayos del sol, se aproximaba a toda prisa una figura de negro que corría alocadamente a través del inmenso trigal con una bolsa al hombro, cual alma que lleva el diablo. El flequillo mojado y rebelde le caía sobre los ojos y unas pinceladas de barba a modo de largas patillas, ensombrecían su rostro adolescente perlado en sudor.
Por primera vez en muchos, muchos meses, el horizonte de “Rocky” Yoshikawa llegaba a alcanzar más allá de aquella larga pizarra verde que había aprendido a odiar con cada fibra de su ser. En los auriculares de su Ipod retumbaban los violentos acordes de lust for life” de Iggy Pop, hasta casi hacer sangrar sus oídos, como una suerte de escupitajo final en la cara de sus carceleros.

Demasiadas horas escuchando palabras vacías, demasiadas chaquetas, demasiados lápices, demasiadas estúpidas reglas y demasiados castigos de mierda. Era hora de correr lejos, de huir de hediondos retretes cubiertos de pintadas obscenas, lejos de los barrotes en las ventanas, lejos de la monotonía gris de la jaula para hombres que aún no eran hombres. Huir allá donde solo sus piernas lo separaran de la libertad.
Y corrió sin parar, corrió justo hasta llegar a la desierta y polvorienta carretera, donde se dejó caer sobre las altas hierbas de la cuneta, exhausto, para recuperar el resuello por unos segundos.
Acto seguido, aún sudoroso y jadeante, no pudo esperar ni un solo instante para despojarse violentamente del uniforme del internado, arrancando los botones de la negra camisa de cuello Mao, con un número bordado en el pecho, y de aquellos pantalones sin bolsillos que aún apestaban a cárcel. Los arrojó con ira al sucio canal de desagüe que discurría bajo la carretera, para verlos hundirse con el rostro aún crispado. A sus ojos asomó un amargo llanto de rabia que enjugó con premura.  Por suerte nadie le vio hacerlo.
Pasara lo que pasara a partir de aquella mañana, Rocky Yoshikawa se juró a sí mismo que nunca, jamás, volvería tras aquellos muros.
El helado viento erizó la piel de su torso adolescente, recordándole que aún estaba desnudo, mientras sacaba de la bolsa los únicos pedazos de su alma que no habían logrado arrebatarle. Una llamativa camisa hawaiana regalo de su madre con el confiado y risueño rostro de Elvis bordado en la espalda, y un arrugado paquete de cigarrillos casi vacío, aún guardado en uno de los bolsillos. Se enfundó sus viejos vaqueros, se ajustó sus gafas ahumadas, y por primera vez en año y medio volvió a sentirse él mismo.
Prendió el último maltrecho pitillo que quedaba en el paquete, aquel que dejo sin terminar la misma noche en que vinieron a buscarle, aspiró con avidez, y consultó la hora.  Eran casi las siete en punto.
Pronto le echarían de menos. En un momento sonaría aquel maldito timbre despertador y pasarían lista en el patio como cada mañana para descubrir un hueco en la fila. Y eso significaba problemas. Rocky consultaba su reloj nervioso, por sexta vez en aquel mismo minuto, cuando por detrás de la colina, asomó al fin una columna de humo gris, seguida del ruidoso sonido de una bocina de camión de carga. 
El muchacho sonrió aliviado. “Justo a tiempo”-pensó- A continuación, como un enorme tiovivo sobre ruedas surgido mágicamente de la bruma matinal, el enorme camión trailer dekotara, propiedad de Nobu Yoshikawa, frenó pesadamente, a unos pasos del muchacho. A nadie sorprendía ya en las autopistas niponas encontrarse con las barrocas y extravagantes decoraciones con que los camioneros aficionados al dekotara, gustaban de adornar sus unidades. Un carrusel de luces multicolores, espolones de metal, estroboscopios de atracción de feria, y graffitis de dudoso gusto que de noche, conformaban un bizarro espectáculo rodante, como una pista de autos de choque circulando en mitad de la carretera. 

Pero a Rocky nada de esto le asombraba, pues se había criado entre aquellas ciclópeas bestias de metal, y el olor a gasolina compartía asiento en sus recuerdos con los viejos discos de vinilo que su madre solía escuchar.
De un ágil salto, el muchacho subió a bordo, y casi al unísono el camión continuó la marcha, alejándose carretera adelante. Lejos del reformatorio.
Rocky y su orondo tío materno se abrazaron jovialmente. El bueno de Nobu apestaba a sudor.
-         ¡Condenado Yoshi! La última vez que te vi, aún eras más bajo que yo, y ahora pareces un jugador de basuketoboru!
-         Tío Nobu, eres el único que aún me llama Yoshi, ahora todos me llaman Rocky...-contestó riendo-
-         ...Así te llamaba mi hermana, y no me importa cómo te llamen los golfos de tus amigos, para mí siempre serás aquel renacuajo que se sentaba a mi lado en el camión, y se ponía mi gorra de conducir. ¿Te acuerdas?
-         ...Y me cubría toda la cabeza! Tenía que ponerme de puntillas en el asiento, para poder ver la carretera.
Rocky sonreía al recordar los viejos tiempos, mientras echaba un vistazo a la cabina del camión. Todo seguía tal y como lo recordaba; Adornada con posters y recortes de revistas antiguas, el habitáculo, que era mayor de lo que por fuera prometía, parecía un templo al Rock and Roll y la pornografía de los ochenta.
-         ...Deberías cambiar la decoración de vez en cuando, tío Nobu, estas chicas ya deben ser abuelas... Esto empieza a parecer el burdel de un geriátrico...
-         ...Condenado crío...-rió de buena gana- lo cierto es que acabas por tomarles cariño, algunos incluso les ponen nombre; las noches en la carretera son muy largas. Y tú, ¿Sigues saliendo con aquella cria  delgaducha de tu barrio?
-         ¿Asami?... Ahora que lo dices, la verdad es que no lo sé... pero supongo que muy pronto lo averiguaré...
-         ...Por cierto, ¿cómo te han dejado salir tan pronto? Creí que lo tuyo iba para dos años, dime, ¿te portaste bien esta vez?
Rocky esquivó la mirada expectante de su tío, desviándola hacia el paisaje gris de polígonos industriales mientras robaba un cigarrillo del paquete que había en la guantera, y prendía una cerilla.
-         ...Sabes que a ti nunca te miento. No deberías preguntar lo que no quieres saber.
-         ...Oh, joder...-exclamó el camionero al comprender- ¡Maldito cabrón, has vuelto a escaparte! -Nobu golpeó con fuerza el volante, con sus fornidos brazos tatuados- ...Y encima me has usado a mí para... ¡Maldita sea! Debería romperte el cuello por esto...
Ambos permanecieron en un tenso silencio por un rato, mientras el paisaje industrial daba paso a las pequeñas casas bajas prefabricadas del extrarradio. El Camionero miraba con desazón al chico, que había girado el espejo retrovisor, y peinaba despreocupado sus cabellos en un lustroso tupé años cincuenta.
-         ... Solo tienes dieciséis, Yoshi, joder, y has pasado ya por tres reformatorios... No sé por qué creí que en este nuevo, las cosas serían diferentes...
-         ...Nada es diferente nunca, tío Nobu;

El camión permanecía atascado en una de las congestionadas entradas de la ciudad, mientras, Rocky programaba con soltura su inseparable Ipod para distraerse en el trayecto. Adoraba caminar a su aire por las calles, con una banda sonora de Rock and Roll ahogando el ruido del tráfico y el cacareo de los viandantes.
-         ¿...Y has pensado en qué diablos vas a hacer ahora?
-         ...Tengo algunas ideas. Puede que más tarde baje a ver a los chicos. De momento quiero hacerme un buen tatuaje...Iré a un estudio del centro del que me hablaron en el koukou.
-         ...¿Ahora un tatuaje? ¿Es que solo se te ocurren estupideces? No quiero que vayas por ahí pareciendo un maldito mafioso, así nunca encontrarás un trabajo decente.
-         ¡...Mira quién fue a hablar! -Rocky rompió a reír-
El transportista no pudo sino sonreír sin querer, ante el agudo comentario al señalar sus hinchados antebrazos, decorados con una algarabía de motivos eróticos de pésimo gusto. Pero su voz sonó realmente amarga al responder:
-         ...Yoshi, ya sé que nunca fui un buen modelo para ti... Desde que murió tu madre, no has hecho más que meterte en líos... A veces pienso que si en vez de largarte, te hubieras quedado conmigo, podríamos...
-         ...Nunca valdré para esto, tío Nobu, y lo sabes. Mira, olvídalo ¿vale? Nada de aquello fue culpa tuya, te agradezco lo que haces por mí, pero es asunto mío. Sólo necesito que me dejes en el centro, allí ya me las arreglaré; todo está controlado.

Al llegar al cruce de Shibuya, el paso de cebra más transitado del mundo en hora punta, Rocky decidió que había llegado a su destino. Guiñando un ojo a su tío a modo de adiós, se apeó del camión de un salto, sin olvidarse antes, de robarle el paquete de cigarrillos. Odiaba las despedidas largas. Nobu Yoshikawa vio a su sobrino desaparecer entre la multitud que cruzaba bajo las gigantescas pantallas de televisión.







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