CAPITULO 6: “Tatuajes y lágrimas”
Rocky Yoshikawa salió caminando orgulloso del salón de tatuajes Blue Iguana con una mezcla de picor, escozor y jactancia secreta. Jactancia por haber sido capaz de aguantar las dos horas largas de tortura del motivo que se había hecho en el brazo, sin quejarse ni una sola vez. Hikaru, el chico del koukou que le recomendó el lugar, llevaba un dragón tatuado en el hombro y dijo que el suyo solo tardó una hora. Y es que
después de una hora aguantando el intenso dolor, empiezas a planteartelos verdaderos motivos por los que te sometes a semejante tormento, y
no son pocos los que dejan el trabajo a medias.
Pero el muchacho tenía una buena razón para tatuarse el retrato de su madre que ahora decoraba su brazo. Pronto haría dos años desde que en una cama del hospital, aquella le dijera “Te veré mañana, mi querido Yoshi”. Una promesa que nunca cumpliría.
El cáncer se la llevó en silencio aquella misma noche, y Rocky Yoshikawa no quería olvidar. Conservaba celosamente guardado el dolor que sintió al ver su cama vacía aquella mañana, como lo único real que aún le quedaba de aquella mujer a la que tanto quiso.
El cáncer se la llevó en silencio aquella misma noche, y Rocky Yoshikawa no quería olvidar. Conservaba celosamente guardado el dolor que sintió al ver su cama vacía aquella mañana, como lo único real que aún le quedaba de aquella mujer a la que tanto quiso.
El tipo gordo y rapado que le había hecho el tatuaje, le dijo que era una chica muy guapa, al ver la vieja foto que le entregó de referencia. Sí. Era muy guapa y no tuvo tiempo para dejar de serlo. En su recuerdo siempre permanecería así. En su fuero interno, no le parecía una mala forma de desaparecer.“Muere joven y deja un bonito cadáver” era el título que rezaba la foto de James Dean que decoraba su habitación en el koukou.
Pero la nostalgia no era la única razón por la que aquella tarde Rocky había traspasado las puertas del Blue Iguana, ni fue el verdadero motivo por el que Hikaru, el chico más duro del reformatorio, le recomendara aquel lugar entre los cientos de salones de tatuajes del Kabukicho.
El gordo de la tienda le había entregado a hurtadillas un sobre cerrado con una dirección garabateada en bolígrafo azul. Un sobre doblado que ahora compartía su bolsillo con un paquete de cigarrillos robado, un par de billetes, y un peine de bolsillo. Un sobre que cambiaría para siempre el curso de su existencia.
El gordo de la tienda le había entregado a hurtadillas un sobre cerrado con una dirección garabateada en bolígrafo azul. Un sobre doblado que ahora compartía su bolsillo con un paquete de cigarrillos robado, un par de billetes, y un peine de bolsillo. Un sobre que cambiaría para siempre el curso de su existencia.
Tres paradas de autobús más tarde, el joven se apeó frente al instituto Nakashima para chicas, donde Asami Suromachi cursaba su último año de instituto, antes de su examen de acceso a la universidad. Asami había sido “su chica” desde que tenía uso de razón. Se conocían del barrio desde niños, y ella había tomado parte en casi cada una de las gamberradas más o menos delictivas que Rocky había perpetrado hasta su detención, dos años atrás.
Hasta entonces, Asami había llevado una doble existencia, interpretando ante su familia el papel de hija perfecta, de notas ejemplares e intachable conducta, para entregarse a una vida muy diferente en brazos de Rocky. Pero la estricta política de visitas y llamadas del koukou Kiosone en los dos largos años de encierro: “solo familiares directos” no le había permitido verle siquiera una vez.
Hasta entonces, Asami había llevado una doble existencia, interpretando ante su familia el papel de hija perfecta, de notas ejemplares e intachable conducta, para entregarse a una vida muy diferente en brazos de Rocky. Pero la estricta política de visitas y llamadas del koukou Kiosone en los dos largos años de encierro: “solo familiares directos” no le había permitido verle siquiera una vez.
Rocky no sabía qué podía esperar; siquiera si aún le cabía esperar algo; pero tenía que intentarlo.
A las tres en punto sonó el timbre, y las colegialas, con sus uniformes azul marino de falda plisada y calcetín alto, fueron saliendo camino de los autobuses escolares y los automóviles de sus padres, que las esperaban viendo la tele en sus teléfonos móviles.
Rocky, recostado contra uno de los autobuses, fumaba un cigarrillo con una cuidada expresión de tipo duro, mientras esperaba sin prisa a que ella le viera al salir. Llevaba puestas sus gafas de sol, y había remangado las mangas de su camisa hasta el hombro, para asegurarse de que ella viera su flamante tatuaje.
Entonces la vio.
Asami salía en compañía de un grupo de chicas con las que conversaba animadamente, Llevaba el pelo recogido en una coleta, y sujetaba los libros contra su pecho, que había aumentado un par de tallas. Había crecido. Por un instante, Rocky temió que pudiera ser más alta que él. Entonces ella le vio también; y se detuvo.
El resto del grupo de amigas se la quedó mirando junto a la puerta del autobús, mientras ella se acercaba al delgado muchacho del tupé y las gafas ahumadas. Desde la parte de atrás del vehículo, apretándose entre ellas con las caras pegadas al cristal, vieron como el sonreía arrogante mientras ella le abofeteaba. Tras esto, él la besó, y sus libros cayeron al suelo mientras el grupo cuchicheaba. Luego ella le alargó un trozo de papel, recogió sus libros y se fue.
Ya en el interior del autobús, una de sus compañeras, algo rolliza y con el pelo corto, le recriminaba: “¿Por qué le has besado, te has vuelto idiota? ¿No sabes que le andan buscando?”Asami le respondió sin mirarla con una sonrisa burlona, mientras veía a Rocky hacerse pequeño a través del cristal del autobús que se alejaba.
- - ...Yo no le he besado, Kumi. ¿Estás ciega?; Él me ha besado a mí. Es diferente.
- - ...Deberías tener cuidado con Rocky. El examen para la universidad está al caer. Es nuestro futuro, si no puntúas para una buena universidad nunca podrás...
El autobús se perdió entre el tráfico, mientras Asami sacaba mecánicamente un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la falda y se encaraba con ella mientras lo encendía a escondidas bajo su asiento, cerca de la ventana; “... ¿Qué futuro?... ¿El de mi madre, el de esos zombis de ahí fuera?” -dijo señalando con el pulgar a un grupo de salarymenenchaquetados que sentados en un banco del parque, aprovechaban la hora del almuerzo para adelantar trabajo en sus ordenadores portátiles- “...Cuando se llevaron a Rocky, todo se fue a la mierda...No, Kumi...prefiero estar muerta antes que aburrirme así.”
Caía ya la tarde cuando Rocky llegó al fin frente a la casa de su madre, en el viejo barrio. Había pasado la tarde vagabundeando, demorando aquel momento. Rodeó la casa y se acercó con sigilo por detrás; Sabía bien que le andarían buscando, y no quería que los vecinos volvieran a llamar a la policía como la última vez.
Trepó ágilmente por la cañería del agua hasta el segundo piso, entrando por el balcón trasero. No tuvo que romper ninguna ventana, pues al llegar descubrió con sorpresa, que ya estaba rota. En los dos años que la casa había permanecido vacía, alguien había entrado y se había alojado allí. Y al parecer, había montado una buena fiesta.
Trepó ágilmente por la cañería del agua hasta el segundo piso, entrando por el balcón trasero. No tuvo que romper ninguna ventana, pues al llegar descubrió con sorpresa, que ya estaba rota. En los dos años que la casa había permanecido vacía, alguien había entrado y se había alojado allí. Y al parecer, había montado una buena fiesta.
El suelo estaba alfombrado de colillas, había botellas de cerveza vacías por el suelo, y todo lo que tenía algún valor, había desaparecido. A juzgar por el polvo, debían haberse marchado tiempo atrás.
En un gesto automático, pulsó el interruptor de la luz, que por supuesto, no funcionó. Hacía mucho que habían cortado el agua y el gas. El hecho de que él mismo hubiera cometido varios “robos-okupa” idénticos a aquel, antes de que al fin lo pillaran, no hacía que su furia y su indignación al ser ahora víctima de uno, fueran menores. Precisamente porque él sabía mejor que nadie lo que en realidad había ocurrido allí.
Con los puños apretados entró en su antigua habitación, decorada con posters de películas antiguas de Ken Takakura, ahora rotos y con pintadas obscenas. Todo estaba revuelto y por el suelo, cubierto de polvo. Metió en su mochila un par de camisetas que no se habían llevado, y su vieja navaja automática de pandillero, oculta en un hueco bajo el cajón de su mesilla.
Finalmente, ya con las últimas luces del atardecer, llegó al cuarto de su madre. Descorrió a duras penas la mampara de shoji, sacada de sus raíles y rota por varios sitios, y su mandíbula se tensó de rabia al ver el triste espectáculo. Por el suelo había condones y más botellas vacías, y alguien había utilizado el armario como retrete.
Era evidente que se habían divertido allí durante días. Ver el último recuerdo que le quedaba de su madre profanado de aquel modo, le hizo tragar hiel. Pero en el fondo sabía que nada de aquello habría ocurrido si él hubiera estado allí. Y eso era lo que más le quemaba por dentro.
Era evidente que se habían divertido allí durante días. Ver el último recuerdo que le quedaba de su madre profanado de aquel modo, le hizo tragar hiel. Pero en el fondo sabía que nada de aquello habría ocurrido si él hubiera estado allí. Y eso era lo que más le quemaba por dentro.
En un rincón, entre kleenex usados y cajones tirados, había una antigua foto de la boda de su madre que nunca había visto antes. En ella aparecía bella y sonriente junto a su padre, al que jamás había conocido. Rasgó la mitad en la que aparecía aquel intruso, arrugándola y tirándola al suelo. Y guardó con cuidado la otra mitad en su cartera, tras posarle un beso.
Entonces vio sin querer su reflejo en el espejo roto de la pared, iluminado por las últimas luces rojas del crepúsculo. Y por primera vez pensó al ver su reciente tatuaje, que acaso a ella no le habría gustado; Que tal vez aquel último y sentido homenaje a su adorada madre, también la habría hecho llorar, como tantas otras veces con sus gamberradas, delitos y peleas.
Y pensó al fin que nadie, ni siquiera su padre, que tan pronto les abandonó, la había hecho derramar tantas lágrimas como él mismo. “Lo siento mamá” susurró sollozando, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas “Lo siento mucho, mucho, mamá”. Y sentado en un rincón del destrozado cuarto, con la cabeza entre las rodillas, lloró como un niño hasta que se hizo de noche.
Por suerte, nadie le vio.
Entonces vio sin querer su reflejo en el espejo roto de la pared, iluminado por las últimas luces rojas del crepúsculo. Y por primera vez pensó al ver su reciente tatuaje, que acaso a ella no le habría gustado; Que tal vez aquel último y sentido homenaje a su adorada madre, también la habría hecho llorar, como tantas otras veces con sus gamberradas, delitos y peleas.
Y pensó al fin que nadie, ni siquiera su padre, que tan pronto les abandonó, la había hecho derramar tantas lágrimas como él mismo. “Lo siento mamá” susurró sollozando, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas “Lo siento mucho, mucho, mamá”. Y sentado en un rincón del destrozado cuarto, con la cabeza entre las rodillas, lloró como un niño hasta que se hizo de noche.
Por suerte, nadie le vio.
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