martes, 16 de abril de 2013


CAPITULO 27: “Ballet



Dallas Parker despertó sobresaltado, con las sábanas negras de raso pegadas al cuerpo. Al principio no fue consciente de dónde se hallaba ni cómo había llegado hasta allí. Por varios segundos percibió cuanto le rodeaba con esa textura misteriosa y volátil de las cosas que uno no sabe si son reales, como un holograma o un trampantojo. “Hiyori” –recordó al fin- y sonrió de forma inconsciente, dejándose caer de nuevo en la almohada.Habían pasado todo el domingo juntos, en la clandestinidad de su apartamento, y ya se había hecho de noche. Dallas debió quedarse dormido por puro agotamiento. Se sentó en la cama, frotándose la cara con barba incipiente, y miró a su alrededor, aún con ojos de dormitorio.

La habitación estaba vacía, pero la televisión aún seguía encendida  aunque sin volumen. Se levantó desnudo de la cama y se puso los pantalones, ya secos, que estaban doblados sobre una silla. En una esquina había un bello biombo de madera pintada con motivos vegetales sobre un fondo dorado; abandonado sobre él con sensual dejadez estaba la bata de seda de su amante. Dallas la apretó contra su rostro y aspiró. Aún conservaba intacto el aroma de su piel dorada.
El aire olía a café recién hecho. Caminó descalzo sobre el suelo de madera guiado por el delicioso rastro hasta llegar a la cocina también vacía, dónde se sirvió una humeante taza. Con ella en la mano exploro el amplio apartamento.
Tenía el suelo y las paredes de madera lo que le daba un ambiente cálido y acogedor. Había sido decorado con la misma exquisita elegancia de la casa de verano de Kenshiro, si bien en un estilo algo más austero. De las paredes colgaban viejas caligrafías japonesas y pinturas diversas realizadas en tinta china. Diminutas casitas de té perdidas entre enormes montañas nevadas, resueltas mediante cuatro trazos magistrales. No se parecían en nada a esas burdas reproducciones de grosera factura que cualquier occidental podía adquirir en las tiendas del barrio de Ginza. Aquellas eran autenticas antigüedades de valor incalculable. La huella de Kenshiro estaba presente en cada habitación, en cada detalle, incluso en su ausencia, su presencia aún era palpable.
De pronto, el suave sonido de una pieza para piano le guió a través de un largo pasillo hasta una habitación que había sido acondicionada como un estudio para la práctica de la danza. Una de sus paredes era un enorme espejo sobre el que se extendía una larga barra horizontal de madera sobre la que Hiyori apoyaba su diminuto pie, calzado de una blanca zapatilla de seda. Curvando sin aparente esfuerzo todo su torso hasta apoyar el pecho sobre la rodilla estirada, sus manos alcanzaron sin dificultad el pie apoyado en la barra. Permaneció así, con la frente apoyada sobre su espinilla, para acto seguido levantar el pie y estirarlo hacia atrás, curvando su espalda y estirando los brazos hasta formar una U. Fue entonces cuando se percató de que Dallas, apoyado en el quicio de la puerta la observaba sonriendo mientras bebía un sorbo de café.
-¿Has dormido bien? Parecías tan feliz en sueños que no quise despertarte- dijo Hiyori, mientras se dirigía hacia él caminando graciosamente sobre las puntas de los pies.
- No sabía que fueras bailarina- le dijo.
-En realidad no lo soy- contestó –En Kioto estudie ballet durante cinco años con un profesor francés llamado Gerard. -Hiyori miró a su alrededor- Kenshiro mando construir todo esto para que pudiera seguir practicando. Él suele decir que todo su dinero está al servicio de mi felicidad, pero en realidad lo hace tan solo por tenerme distraída cuando él no está -ahora su rostro se había ensombrecido- Aún practico a diario, aunque no sé muy bien la razón por la que lo hago.
-¿...Qué salió mal?- preguntó Dallas-.
-Hoy ha sido un día precioso- Hiyori tiraba de él para llevárselo del estudio a otra habitación pero él no se movía- “...te das cuenta...”- le dijo-“¿...de que tú ya sabes todo cuanto hay que saber de mi, y yo aún no sé absolutamente nada de ti?
-Pero es que… no deseo estropearlo- contestó- y hoy podríamos…
-... Me arriesgaré. Ambos hemos llegado demasiado lejos para tener nada que perder o que ocultar.
Hiyori cruzó los brazos sobre el pecho, como si tuviese frío de repente, Dallas la rodeó con sus brazos en silencio. Ella tardaría aún un buen rato en decidirse a empezar.
-...A los quince años -dijo al fin- ...Mi padre quiso casarme con uno de sus empleados. Yo le odiaba. Así que me fugué de casa con mi profesor de ballet.
Estaba muy enamorada de él... -sonrió-  Me había prometido que iríamos a Paris, y que allí viviríamos de sus clases hasta que yo saliera adelante con la danza. Me alquiló una pequeña habitación en un suburbio de Kioto. Decía que sería solo algo provisional, hasta que reuniéramos  dinero para marchar a Europa. “...Cada tarde” -continuó- “...venía a verme tras sus clases y hacíamos el amor, y me hablaba durante horas de la belleza de Paris y cómo seríamos felices allí, pronto, -decía-  muy pronto. Cada noche al marcharse él, me tendía en aquel camastro desvencijado y soñaba con un teatro colosal, con grandes lámparas de cristal brillando muy alto, candilejas alumbrando el escenario... No te engañes, Douglas, no me quejo de aquellos días. En aquella habitación yo era feliz. Vivía en un mundo ilusorio, pero siquiera tenía eso.”
-         Al menos no has dejado de soñar, - dijo Dallas mirando a su alrededor- aún eres joven y has seguido practicando, tal vez...
-         Es tarde. Para todo. Tú deberías saberlo.
Hiyori ladeaba la cabeza, evitando la mirada del americano, mientras contemplaba el lánguido reflejo de la luz sobre el suelo lacado del estudio de danza. “…Por supuesto, todo eran mentiras” -prosiguió- “Fue todo tan... vulgar. Gerard era un hombre casado y ni siquiera había estado nunca en Paris; Pero yo era una niña; Le creía sin reservas cuando me decía que aún no tenía bastante, que ya faltaba poco, que me quería. Aquello continuó hasta que, poco a poco fue distanciando sus visitas, primero con excusas; Luego ni siquiera eso. Un día dejó de pagar las facturas y jamás volví a verle.”
“...Más tarde...” -continuó con expresión dura en sus ojos- “...descubrí con horror lo inevitable; Estaba embarazada. Y no podía afrontarlo sola; No entonces, ni allí.
Al abandonar mi familia lo había perdido todo, parientes, amigos, ya no tenía a nadie. No sabía qué hacer. Pero aún me quedaban algunos billetes que había ahorrado. Lo bastante para pagar un aborto clandestino en una de las “clínicas” del mercado de Kioto.
Me lo hicieron de noche, en un pequeño y sucio local en la trastienda de un comercio de ultramarinos; Muy cerca de la tienda de especias de mi padre. Recuerdo que al llegar aquella noche, mi única preocupación era no encontrarme con él. Me lo practicó una vieja mujer que había sido prostituta y decía tener mucha experiencia en esos casos. Me hablaba tiernamente como si fuera su hija, me aseguró que no me pasaría nada, que no me dolería.”
“Dios mío” -respiraba entrecortada- “...lo que me hizo aquella mujer...” -se estremeció- “...Fue horrible”. “Yo estaba tumbada en aquel camastro con mis piernas abiertas, y ella fumaba sin parar. Usó unas agujas de hacer punto. Nunca supe con certeza lo que me hizo, solo que sangraba y dolía,  y me hacía llorar. “...Ya casi está cariño, - decía -  ya casi está”. Tiempo después descubrí que nunca más podría tener hijos. Aquella maldita mujer me había vaciado por dentro.
 Hiyori se quebró al fin, llorando desconsolada en brazos del americano, aquel desconocido apenas unas horas antes, que ahora besaba su frente y susurraba a su oído alguna frase de consuelo que acaso habría oído en alguna parte. Bálsamo inútil para ahogar el negro dolor que Hiyori había incubado en silencio durante años, como un cáncer silencioso.
-¿...Qué pasó después, que pinta Kenshiro en todo esto? -preguntó en voz baja mientras le acariciaba el pelo; Hiyori apoyaba el rostro en su pecho mientras proseguía-
- ...Estaba sola, Dallas. Sola de verdad. Sin dinero, familia ni amigos. Tú... no sabes lo triste que es tener que acostarse sin haber comido nada en todo el día. Una noche un hombre gordo en un club, me dijo que una chica bonita como yo no tenía por qué pasar hambre. Aquel cerdo tenía un pequeño burdel para ejecutivos en Tokio. Así que me fui con él e hice lo que debía  hacer. Un día el gordo apareció muerto en su propia cama y el club pasó a manos de Kenshiro-san. Así fue como le conocí. Dallas no hizo ninguna pregunta más. Ya había oído suficiente. La tomó suavemente por la barbilla y con sus dedos nudosos enjugó las lágrimas que surcaban su rostro.
 “Baila para mí” -dijo mirándola de frente-. Hiyori se separó de él cerrando los ojos para rehuir su mirada.
-No- dijo-  No sabes lo que me estás pidiendo. Nadie me ve hacerlo jamás. Ni siquiera Kenshiro.
-Por favor.
Recordó las palabras que Dallas pronunciara en el umbral la noche anterior, y concluyó que acaso también ella le debiera algo a aquél hombre; y tal vez a sí misma. Enjugándose las lágrimas se alejó situándose en el centro de la sala, aún en completo silencio. Arrodillándose sobre una pierna, se dobló mansamente con la cabeza y el tronco cayendo lacios como una flor cerrada. Poco a poco la música despegó; suave al principio, como una invitación, al tiempo que ella empezaba a elevar delicadamente el cuello y los brazos, estirándolos grácilmente sobre su cabeza, cual si hubiera despertado de un largo y profundo sueño.
Cuando tornó el silencio a la sala de baile, diez minutos más tarde, Hiyori quedó congelada en la misma posición en la que había empezado, arrodillada como un nenúfar de gasa blanca. Su único espectador la tomó de la mano levantándola del suelo, y la abrazó. No hubo aplausos. Permanecieron así hasta que un beep electrónico les hizo volver a la realidad. Dallas miró su reloj. Eran casi las nueve.
- “…Tengo que irme.”
- “Lo sé”.
El americano se dirigió al dormitorio, donde se puso el resto de su ropa, arrugada pero seca. Mientras lo hacía, echó un vistazo casual al televisor encendido pero silencioso, que transmitía una especie de boletín especial de noticias. Estaba a punto de salir por la puerta cuando de repente se percató de que en el panel virtual situado a espaldas de la presentadora del noticiario había una foto que le resultó familiar. Una que mostraba crudamente el rostro ensangrentado de un hombre de mediana edad. Uno al que Dallas conocía bien.
Precipitadamente, se abalanzó sobre el control remoto para subir el volumen: “...El empresario y ex-directivo de la conocida banca Takayama, Kiyoshi Takayama, fue hallado muerto esta mañana en su domicilio en las afueras de Tokio. También se ha encontrado junto al suyo el cuerpo sin vida de su esposa Misaki Takayama, presunta víctima de un poderoso veneno aún sin identificar”. “...El motivo de ambas muertes aún no ha sido verificado, si bien se apunta hacia un suicidio mediante el tristemente conocido ritual sepukku.” “...Se aventura que podría tratarse de una disculpa pública por la reciente fusión de su empresa con la Nakashima International.”.
Dallas estaba en pie, inmóvil. La noticia le había pillado como una finta a destiempo. De todas las posibles consecuencias que podría haber aventurado sobre el asunto Takayama, aquella era la más absurda. “...Las fotos y los negativos fueron destruidos tal como acordamos, se garantizó la recolocación de sus empleados. Su liquidez y su sueldo no se verían afectados; ¿...Por qué diablos ha hecho esto?”. Dallas pensaba en voz alta, caminando nervioso por la habitación, mientras Hiyori le observaba, angustiada.

Por primera vez  en su vida, Dallas Parker veía sus manos manchadas de sangre. Había excarcelado a decenas de asesinos convictos a sabiendas de que podían volver a matar; Pero aquel era su trabajo; Era la ley, y no la había escrito él, tan solo la utilizaba, igual que todos los demás. Pero hoy, habían muerto dos personas por su causa, y a una de ellas ni siquiera la conocía.
Recordó como en una película, todo cuanto Casey, la novia de Ray, les había descrito acerca del suicidio ritual japonés la noche del Kabuki; Los macabros detalles, el inimaginable dolor, los siniestros preparativos. Vio el rostro amable de Takayama junto a su mujer, la última vez que habló con él, en la recepción de Kenshiro. Por descabellado que pudiera parecerle ahora, acaso entonces ya habría tomado la fatal decisión; “¿Por qué aquella maldita sonrisa?” -se preguntó-
Recordó al fin la estampa derrotada del banquero cuando él mismo puso aquellas fotos en su mesa unos días antes. Quizás en otro tiempo hubiera reído la incomprensible decisión del señor Kiyoshi, pero esta vez, algo había cambiado. A lo largo de su carrera como abogado, Dallas había incurrido en incontables bajezas, algunas realmente viles, pero nunca, jamás, se había sentido realmente sucio. Hasta hoy.
El americano corrió al recibidor, tomó su gabardina y sacó su móvil del bolsillo. Tal como temía, en su bandeja de entrada se acumulaban las llamadas perdidas de su secretaria y su equipo de abogados; incluso del propio Kenshiro. Todos le estaban buscando.
Mesándose los cabellos con desesperación, salió precipitadamente; le urgía respirar aire fresco como si llevara varios minutos bajo el agua. Necesitaba una copa, algo que le ayudase a encontrar una excusa plausible para justificar su inconveniente ausencia en aquel momento crucial.
El nombre de los Nakashima había sido aireado en todos los canales en relación con la muerte de un empresario de fama internacional, y las consecuencias podían ser impredecibles.

En su precipitación olvidó despedirse de Hiyori.

 

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