martes, 16 de abril de 2013


CAPITULO 25: “Mono No Aware



Cuando Hiyori Nakashima abrió al fin la puerta, el americano incomprensiblemente estaba allí. Desafiando cualquier lógica Dallas Parker estaba allí de pie. En la misma entrada del apartamento privado cuyo emplazamiento se suponía tan secreto como las mismas claves de Fort Knox y se suponía custodiado por ocho guardias armados. Ignoraba cómo habría podido hallar el lugar, ni el modo en que pudo burlar la permanente vigilancia de los fieros cancerberos de Kenshiro, pero su gabardina y traje estaban empapados y cubiertos de barro y el cabello mojado le caía sobre la frente. Tenía la camisa pegada al cuerpo y los puños y el mentón apretados. Una incipiente barba ensombrecía su rostro y en aquel advirtió una expresión que nunca antes le había visto. Concluyó
que acaso habría de ser la misma que vieran sus púgiles rivales al 

comenzar un combate, pues en sus pupilas brillaba el fuego de la 

resolución con la fuerza de quien está presto a saltar de un acantilado. 

Dallas se acercó y por un instante ella, asustada, no supo lo que él iba a 

hacer. “...Esta noche no habrá malditos malentendidos;” -dijo al fin- “solo 

tienes que decir una maldita palabra y me largaré.”- añadió sin dejar de 

mirarla- “..Pero esta vez no voy a entrar ahí a menos que tú me lo 

pidas;”... “Quiero..”  -ordenó-  “...que me lo pidas por favor.”

Ella aún le miraba desde el umbral. Tenía el ceño algo menos crispado pero la mandíbula aún le temblaba. Hiyori tomó su mano. Estaba fría. “Por favor”; contestó ella al fin. Y le hizo pasar cerrando la puerta tras él. Permaneció unos segundos paralizada con la mano apoyada en la jamba de madera y de espaldas a él, sintiendo que al cerrar aquella puerta cualquiera que fuera su destino había quedado sellado también inexorablemente. Cuando reunió el valor para volverse hacia él se miraron un largo minuto midiéndose el uno al otro, pronunciando tal vez en silencio esas dos palabras que ninguno de los dos había dicho ni tampoco dirían después. Entonces él la abrazó tan fuerte que le hizo daño, mojando su bata, que resbaló hasta el suelo. La besó en la boca con premura, con desesperación. Sus brazos la levantaron en volandas y ella le abrazó con las piernas, deslizando sus dedos por entre sus rizos mojados, besando su frente, mordiendo sus labios ásperos, su cuello ardiente. La tomó en sus brazos, sintiéndola ligera, sintiéndose ligero a su vez, llevándola hasta la cama donde ella de rodillas le desnudaba con prisa de amante, arrancando su ropa mojada, descubriendo su cuerpo lleno ahora de una vida nueva, temblando de deseo. Estaban bailando abrazados sobre el filo de una navaja y ninguno quería saber si aquel desesperado acto de locura sería tambien el último. Pero ambos sabían que pasara lo que pasara después, merecería la pena morir mil veces a cambio de aquel instante. Dallas lo entendería más tarde casi llegando al clímax, cuando dotado de una extraña serenidad comprendió al fin porqué le sonreía aquel anciano en la camilla del hospital. Acaso él lo había sabido también, y no lo había olvidado.
Horas después, Dallas prendió a oscuras uno de sus cigarrillos sin filtro, aún húmedos, aspirando hondamente. Se derrumbó a su lado exhausto sin dejar de abrazarla, como si temiera que pudiese desaparecer como esos objetos que se manipulan en los sueños y se desvanecen en el éter del despertar. La noche había transcurrido entre risas y susurros y las luces se abrían paso mansamente por cada pliegue de las sábanas anunciando el alba. En el exterior la lluvia había vuelto a golpear los cristales con fuerza. Ella yacía con la cabeza recostada sobre su pecho, sintiendo su respiración en la mejilla. El americano le pasó la mano por el cabello, acariciando al pasar la tersa piel de sus omóplatos.
- ...Quisiera que esta noche no acabara nunca.
- ...Entonces seguro que no sería tan hermosa -contestó Hiyori mirando al techo-.
Dallas frunció el entrecejo al tiempo que expiraba el humo en la penumbra de la alcoba...
- Te miro ahora y no tengo idea de lo que pueda estar pasando por esa cabeza tuya.
Hiyori sonrió con ternura y le miró a los ojos.
- ...En Japón -dijo- esperamos durante todo el año tres días de abril para ver la floración anual de los cerezos. Lo llamamos Hanami. En esos tres preciosos días el aire está impregnado de su perfume. Algunos van a verlos el primero, cuando los capullos lucen el despertar de su juventud. Otros el segundo, cuando su belleza alcanza su esplendor. Pero casi todos acuden en familia el último día, cuando las flores empiezan a caer como una lluvia celeste descendiendo a la tierra. Esto nos impide olvidar la naturaleza fugaz de lo bello. Lo llamamos mono no aware; el destino último de todas las cosas.
-“¿...Y tú crees que es ese destino tuyo lo que nos ha unido?” -dijo sin haber entendido nada-
Hiyori no respondió. Con rostro grave Dallas apagó su cigarrillo en un cenicero escrutando la oscuridad.-“...Aún no me has dicho por qué diablos me dejaste pasar”-le dijo- “¿Qué te hizo cambiar de opinión?” Ella volvió a apoyar la cara en su pecho, sonriendo.- “..Cuando era niña” -explicó- “mi abuelo Kaneda me contó un cuento que...”
- “...No puedo creerlo” - la interrumpió riendo y negando con la cabeza – “¿...Es que siempre tenéis un proverbio a mano para cada momento del día? En serio, ¿Cómo diablos lo hacéis, vais tomando notas o que?” Hiyori tapó entre risas su boca con ambas manos, encaramandose a horcajadas sobre él, y continuó.
-“...El cuento, zoquete gaijin, hablaba de un monje que cierto día mientras paseaba por el bosque,  tropezó con un feroz tigre, y muy asustado se puso a correr pero sin darse cuenta llegó al borde de un profundo abismo. Desesperado por salvarse, saltó hasta una rama cercana y quedó colgando sobre el fatal precipicio, incapaz de subir o bajar. -Dallas la escuchaba mirando al techo sin prestar demasiada atención sin reprimir una mueca burlona- ...Mientras se sostenía a duras penas, dos ratones salieron de un agujero y empezaron a roer la rama; Y justo cuando más asustado estaba, vio que en la misma rama de la que se sostenía, crecía una pequeña fresa silvestre. Entonces el monje sin pensarlo dos veces, la arrancó y se la comió.”
Hiyori había conseguido que el americano la mirase al fin, mientras ella, sentada sobre él, parecía querer crear expectación sobre el final de su historia. “...Y aquella fue la fresa más deliciosa que el monje jamás  comió.”  Dallas la miró con cómica expresión desconcertada.
-         “¿..Ya está?... ¿Eso es todo? ¿Y qué diablos pasó con el monje, se salvó o sólo se...?”
-         “...Nosotrosestamos ahora en ese acantilado, Douglas.”-le interrumpió ella-
-         “Y supongo que tú debes ser la fresa.” - Contestó él, quitando seriedad al asunto, tan cerca que pudo sentir su aliento. Entonces la besó de nuevo, hasta que Hiyori se durmió abrazada a él.-
Pasó otro largo rato fumando despierto y mirándola en la penumbra del dormitorio. Miraba el abandono sensual con que su cuerpo respiraba acariciado por la luna, que se desvanecía poco a poco en el azul creciente recordándole que pronto amanecería. Y en aquel instante un exiliado supo con certeza que aquella piel y aquel momento habrían de ser para siempre su última patria.
 

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