lunes, 18 de marzo de 2013


CAPITULO 16: “El dragón de piedra


Hijo mío, no hay nada más relajante tras un largo día de trabajo que acudir a una terma pública a sumergirte en un ofuro bien caliente”; El padre de Toshiro solía recordar esto a su hijo al oído mientras le palmeaba la espalda a modo de indirecta, cada vez que sus pobres hábitos de higiene personal se hacían evidentes al fino olfato de su madre. Y su opinión era compartida desde antaño por la gran mayoría de nipones, grandes aficionados al uso de termas y baños públicos.

Lo cierto es que la yakuza tampoco era ajena a esta ancestral costumbre que les permitía entre otras cosas, estrechar relaciones entre sus miembros, y albergar reuniones en un ambiente relajado. El problema era, que cualquier persona tatuadatenía terminantemente prohibida la entrada a cualquier baño público, lo que obligaba a los miembros de cada clan, a disponer de sus propias termas para uso exclusivo de socios con piel ilustrada.
Yogushi Ishoguro regentaba desde hacía dos décadas una humilde casa de baños, cerca de Kabukicho en un local sin rótulo, que Rocky y Toshiro llegarían a conocer muy bien durante las semanas posteriores a su adhesión al clan.
Tanto como lo llegarían a odiar.
Durante cuatro eternas semanas, en compañía de otros tantos aspirantes, se ocuparían de todas las labores de mantenimiento del vetusto edificio, incluida su favorita: la limpieza de los retretes y  las anticuadas letrinas, propensas a atascarse casi a diario; Así como la atención personal de cada miembro de rango superior que acudiera a darse un baño relajante, esperando una atención dedicada digna de un rey.
A menudo, sobre todo cuando acudían jóvenes yakuza para sumergirse en grupo en el ofuro, una bañera de grandes dimensiones similar a los populares jacuzzi, solían hacer burla de los “tiernos e inexpertos” shimpiya. Cada mañana a las cuatro, antes del amanecer, los seis aspirantes se levantaban de sus jergones en el piso superior, y comenzaban las pesadas labores de limpieza y acarreo de sacos con sales de baño. Los elegantes trajes, gafas negras y pistolas automáticas de las películas, aún parecían muy lejos de su horizonte; Limpiar, fregar, barrer y doblar toallas se convirtieron en cambio, en su inesperada rutina diaria, a años luz de la acción  que esperaban.
Exactamente a las nueve en punto, Tetsu Yamasaki “El dragón de piedra”, su sempai, hacía su aparición diaria para pasar revista a la limpieza de las termas y tomar su baño caliente. Rocky y Toshiro atendían en exclusiva todas sus necesidades como humildes sirvientes, sin hablar excepto cuando su mentor se dirigía a ellos. En varias ocasiones, ambos amigos estuvieron tentados de abandonar y largarse de allí durante la noche para no volver jamás. Pero curiosamente, fue el mero deseo de volver a ver a su admirado Tetsu a la mañana siguiente, y escuchar sus historias, lo que realmente les hizo perseverar. Si el resto de los aspirantes apenas les dirigían la palabra, era en parte debido a los terribles celos que sentían, precisamente por quien era su mentor.
Tetsu era una leyenda viva dentro del hampa; Se había ganado su enigmático apodo porque según decían, cuando disparaba su arma, en un alarde de sangre fría se quedaba quieto como una estatua. Se tomaba su tiempo para apuntar mientras las balas silbaban a su alrededor y todos los demás se escondían; y tenía fama de no fallar jamás un disparo. Saber eso cuando te miraba a los ojos y te daba una orden era una garantía de que harías todo lo necesario y algo más por cumplir su mandato.
 Pero a diferencia de los sempai de los otros aspirantes, rígidos y distantes, incluso a menudo despectivos con sus jóvenes aprendices, Tetsu era siempre amable y afectuoso con sus dos kohai. Cada mañana, mientras ambos enjabonaban su torso tatuado o preparaban su baño, él les relataba anécdotas sobre cómo se hizo tal o cual cicatriz, o les divertía con historias de su azarosa vida al margen de la ley. Su voz serena imponía respeto sin pedirlo siquiera, y era tal la seguridad y aplomo que infundía a sus palabras, que la mera posibilidad de decepcionarle o traicionar su preciosa confianza les resultaba odiosa.
En cierta ocasión, mientras se relajaba en el ofurorepleto de agua caliente, Tetsu sorprendió a Rocky embobado con la mirada fija en la brillante pistola automática plateada de cachas de nácar del mafioso. “¿...Te gusta?” -le preguntó-, a lo que el muchacho respondió con otra pregunta; “¿Podré tener una pistola como la tuya?” “...Por supuesto, Rocky...” -respondió Tetsu  mientras, recostado en la bañera, se colocaba un paño empapado en agua fría sobre la frente- “...Cuando te la hayas ganado
Ocho horas más tarde, tumbado en su jergón arrullado por los ronquidos de Toshiro, Rocky aún se preguntaba qué habría querido decir su sempaicon aquella última y enigmática frase.
 

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