martes, 12 de marzo de 2013


CAPITULO 14: “Secretos


Sakata había despedido al gaijin con una irreprochable sonrisa que se evaporó de su faz sin dejar rastro en el mismo instante en que aquel cerró la puerta. Una vez solo, el cirujano consultó su reloj de pulsera y esperó unos segundos. Justo al cabo de diez, a las doce en punto, sonó el teléfono móvil que llevaba en su bolsillo. ”Puntual”, -se dijo- “me gusta este muchacho”
-         ¿Está completamente seguro de que la mercancía reúne las condiciones establecidas? De acuerdo. Bajaré enseguida.
Sakata guardó el celular en su bolsillo, y avisó a su secretaria para que 
cancelase su cita de las doce. A continuación tomó sus gafas, y abandonó su despacho, pero no por la puerta que daba al vestíbulo, sino por una oculta tras la vitrina de los autómatas, que daba a un pasillo secundario de mantenimiento. Acto seguido, el doctor se dirigió a los ascensores y tomó uno de ellos junto a varios de sus empleados que le saludaron silenciosamente con repetidas reverencias. Bajó en la segunda planta y caminó a lo largo de un corredor, al final del cual había una puerta automática sobre la que se leía una inequívoca leyenda en japonés: Tanatorio.
Al entrar en el recinto notó que, como era acostumbrado, la temperatura era allí dentro unos grados inferior a la que reinaba en el exterior a causa de las dos filas de cámaras frigoríficas para la conservación de cadáveres que se alineaban a lo largo de la pared, con sus portezuelas forradas de acero y marcadas con tarjetas mecanografiadas para identificar a sus inertes inquilinos. Frente a ellas, sentado en un pupitre de un solo brazo junto a la enorme balanza en la que pesaban los cadáveres, estaba un hombre pequeño y corpulento vestido con el uniforme de enfermero del hospital, que se levantó al verle entrar y le hizo una reverencia. El individuo, de facciones vagamente simiescas, le condujo al fondo de la habitación, donde, tendidos sobre tres resplandecientes camillas metálicas había tres cuerpos exangües de diversa complexión con profundas incisiones en forma de “Y” sobre el pecho, de un hombro al otro y hacia abajo, hasta el abdomen. Sakata los examinó detenidamente, analizando con una pequeña linterna de dentista el iris y la cavidad bucal. Los tres tenían la epidermis coriácea y rasgos orientales en sus rostros petrificados, pero ninguno de ellos pareció despertar realmente su interés. Por último, el enfermero le señaló uno de los cajones frigoríficos de la fila inferior y lo abrió, deslizando desde su interior la plataforma deslizante sobre la que, dentro de una bolsa negra, se adivinaba la forma de un cuerpo. El hombre abrió la bolsa con total naturalidad, descubriendo el rostro exánime de una mujer occidental de cabellos rubios y rizados, con los ojos azules muy abiertos. Sakata hizo un gesto de asentimiento, y acto seguido entregó al enfermero un fajo de billetes que aquel guardó en su bolsillo sin contar.
-   Llévelo al lugar acostumbrado, y asegúrese esta vez de evitar cambios de temperatura. Como sabe, la cadena de frío es fundamental.
De repente, el agudo pitido electrónico del móvil empezó a sonar insistentemente en su bolsillo, y Sakata se disculpó, marchándose para atender a sus otras obligaciones. Una vez solo, el hombre de aspecto de luchador grecorromano, sacó el grueso fajo de billetes de su bolsillo y los contó cuidadosamente. Sin acusar emoción alguna ante su nueva solvencia económica, cerró los ojos al cadáver con gesto automático y selló la cámara frigorífica.   
 

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