martes, 9 de abril de 2013


CAPITULO 22: “Extraños en la noche



Al descorrer el biombo de papel de arroz, desde el lejano salón comedor del “Maneki Neko” llegó el eco apagado de una suave pieza de Sinatra interpretada en japonés al karaoke por un maduro ejecutivo que celebraba una fiesta escaleras abajo. Tan desubicadas sonaban aquellas estrofas de Strangers in the night cantadas en aquel foráneo galimatías oriental como lo estaba en aquel país el abogado americano que sin haberlo pedido las escuchaba; pero Dallas Parker solía hacer poco caso a la
música y en aquel momento había otro asunto que ocupaba por completo su atención.
 Hiyori Nakashima estaba de pie en el dintel del reservado. Ante ella, un occidental en cuclillas con la chaqueta en la mano y la corbata aflojada, la miraba con expresión desconcertada. La esposa de Kenshiro lucía una elegante chaqueta negra entallada con falda corta. Un pequeño sombrero con velo de encaje le cubría la mitad superior de la cara dejando entrever apenas los labios menudos y sensuales pintados de rojo oscuro. Al son de la profunda voz de aquel trasunto de Sinatra que entonaba con sorprendentemente solvencia, su misteriosa silueta se recortaba a contraluz ante la puerta de shoji mientras a su lado la camarera ataviada con un kimono azul, hacía señas al encargado para ir sirviendo la cena. Hiyori se disculpó con una sonrisa:
-         ...De veras lamento haber llegado tan tarde querido, pero ya sabes cómo está el tráfico a estas horas en la carretera del aeropuerto.
Con naturalidad, Hiyori se descalzó y se sentó frente a él sin quitarse el sombrero mientras otras tres empleadas entraban en el pequeño recinto con la cabeza inclinada, llevando en las manos una bandeja. Sus pies con calcetines blancos susurraban sobre el tatami. Una de ellas, graciosamente sentada sobre sus talones, colocó ante ellos sendos paños húmedos enrollados, con un suave aroma a limón, con los que se frotaron las manos levemente. Una segunda se puso en cuclillas junto a Dallas y dispuso los platos sobre la mesa. Tras haber situado las bebidas, empezaron a retirarse caminando hacia atrás, con las rodillas muy juntas. Antes de que salieran, con el tono amable pero firme de alguien que acostumbra a ser obedecida, Hiyori les indicó en japonés que no deseaban en modo alguno ser molestados en las próximas dos horas. La última de ellas giró sobre sus talones, y cerró la mampara.
Una vez solos, Hiyori se despojó del sombrero descubriendo su rostro en todo su esplendor. Se miraron en silencio durante un largo instante. Dos completos extraños sentados uno frente a otro en una habitación vacía. Por encima del eco apagado del karaoke tan solo se escuchaban los ruidos lejanos de la bulliciosa cocina y entre ambos, ascendiendo lentamente, el tenue vapor de la sopa Shizumi que lograba que por momentos sus miradas casi pudieran tocarse en el aire denso del reservado, como una materia sutil que acariciara a ambos. Incluso a la dura luz de la bombilla, sus rasgos eran suaves y perfectos. Llevaba la cara limpia de maquillaje a excepción de los labios rojos, y el cabello, recogido en un elaborado moño. Dallas no podía apartar los ojos de ella. Como tampoco pudo hacerlo aquella primera vez, en casa de Kenshiro. Ahora podía apreciar que su cabello no era tan oscuro como pensó, sino casi castaño claro, con un levísimo vello color miel junto al nacimiento del pelo, que hacía brillar un aura etérea sobre su frente. Sus ojos, de un cobrizo más claro, ambarino, invitaban a perderse en ellos, pese a que aún podían adivinarse allí restos del miedo que sin duda la habría acompañado hasta llegar allí.
-         ...Lamento de veras el retraso, Señor Parker, pero como sin duda habrá imaginado, salir de mi apartamento no fue una tarea fácil. Por fortuna, Yoko, mi dama de compañía consiguió distraer a los empleados de mi esposo el tiempo suficiente para salir y tomar un taxi. Si se descubriese que el piso está vacío y yo con usted -continuó- todos ellos serían ejecutados de inmediato.
El americano estaba aturdido. Todas las preguntas que deseaba formular y todas las respuestas que había imaginado que ella le daría, se habían borrado de su mente. Como si su sola presencia ante él, bella e inalcanzable como una estrella de cine, bastara para colmar sus deseos. Percibía la frialdad en su tono, pero no parecía prestar atención a sus palabras, sino al hecho mismo de que las pronunciara allí, delante de él. Hasta aquel instante, sólo la había conocido en presencia de Kenshiro, y apenas había salido de su respetuoso silencio protocolario, sino para asentir a las palabras de su marido. De pronto se percató de que era la primera vez que aquella mujer real, y no la que él había soñado, le había dirigido más de dos frases seguidas.
-         ...Aún no puedo creer que estés aquí -dijo al fin, sonriendo sin dejar de mirarla- estaba completamente seguro de que no vendrías.
Hiyori parecía dudar como si no entendiese el significado de las palabras del americano, o no comprendiera la razón exacta por la que las había dicho en aquel preciso instante y en aquel preciso lugar.
-         ...Señor Parker, venir ha sido una temeridad para ambos, pero supongo que era consciente de ello cuando me hizo venir. Y si mi marido no estuviese en estos momentos en el otro extremo de la isla, me atrevería a decir que un suicidio. Pero pensé que parte de la responsabilidad en este peligroso error me correspondía  y debía hacer algo al respecto.
Dallas frunció el entrecejo, como si acabara de escuchar una nota discordante en una canción conocida.
-         ...Cuando recibí su mensaje me entró el pánico, primero de que mi marido pudiese descubrirlo y segundo, de que usted pudiese sufrir daño por causa de algo que yo hubiese dicho o hecho. Creí que era mi deber venir aquí esta noche para aclarar personalmente este terrible malentendido.
Dallas la observaba con una mueca creciente de incomprensión;
-         ¿...Malentendido?
Hiyori estaba contrariada. Se sentía desnuda sin protocolo alguno al que aferrarse ante la evidente informalidad del americano en circunstancias tan difíciles. Intentaba aparentar serenidad, poniendo énfasis en cada una de sus palabras, para que el gaijin se apercibiera de la situación.
-         ...Creo que no me ha entendido, Señor Parker. Solo he acudido aquí esta noche para advertirle del extremo peligro que supone este despropósito. Le ruego encarecidamente que no vuelva a ponerse en contacto conmigo por ningún medio. Lamento que haya podido malinterpretar alguno de mis actos y si ha sido así, le suplico humildemente que me disculpe. “Sumimasen gomen nasai; Moshiwake gozaimasen”. -Hiyori inclinaba la cabeza haciendo rítmicas reverencias, al tiempo que decía estas últimas palabras-
Dallas quedó al fin, mudo. Se sentía empalado sobre una roca esperando a los buitres. “Estaba resignado a que no aparecería, pero nunca pensé que llegaría hasta aquí, arriesgando el maldito cuello solo para rechazarme”-pensaba- Bajó la cabeza resoplando por la nariz y se pasó las manos por el cabello despeinándoselo sin querer. Permaneció así un momento intentando ganar tiempo como el púgil que se abraza al contrario. Dallas eligió cuidadosamente sus palabras y alzando la cabeza la miró directo a los ojos con una sonrisa sarcástica.
-         …¿Pretendes que crea que has llegado hasta aquí, engañando a tus guardaespaldas, arriesgándote a que te maten o algo peor, solo para pedirme amablemente que me aleje de ti?…No. No puedo creerlo. -negó mientras reía sin mirarla- Diablos, no me pidas que me crea eso.
Hiyori estaba realmente nerviosa. Pensó que sería más fácil.
-         Era… es mi deber, señor Parker ¿...Es que no lo entiende? Es más que evidente que no puede existir nada entre nosotros. Ni siquiera amistad. ¿Que se había creído?  Esto debe acabar ahora mismo.
Hiyori hizo gesto de levantarse para irse, pero Dallas la detuvo asiéndola del brazo mientras trataba de disculparse.
-         ...Está bien, de acuerdo, como usted diga, siento de veras haberla ofendido. Por favor, no se marche aún, es demasiado temprano. Además –añadió- sería una lástima desperdiciar toda esta comida, ¿no cree?
Cuando Hiyori volvió a tomar asiento, sintió que un leve rubor empezaba a asomar a sus mejillas. No estaba acostumbrada a que nadie la tocara excepto ocasionalmente, su marido. Intentó romper el incómodo silencio con otra disculpa.
-         ...Señor Parker, créame, yo…
-         ...Ok, ok, dame un respiro, ¿quieres? Al menos llámame Douglas, concédeme eso.
-         Pensaba que su nombre era…
-         ¿...Dallas? -sonrió- No. Fue solo una absurda idea de mi viejo entrenador de boxeo. Por algún motivo, pensó que “Douglas” sonaba demasiado afeminado para un boxeador, así que me lo cambió por Dallas; “Salvaje Dallas”. Desde entonces, todos me llaman así; Mi verdadero nombre es Douglas Johnson Parker.  
Dallas pensaba a toda velocidad, tratando de hallar una salida digna para aquella absurda situación en la que él mismo se había metido. Pero sólo acudían a su mente ideas estúpidas. Recordó haber leído alguna vez en un artículo del Playboy, que las mujeres japonesas eran “...flores de papel que había que desenvolver como si fueran Origami, con infinita delicadeza”. Pero Dallas no tenía tiempo ni paciencia para juegos aquella noche. “...Olvídate del Origami”- concluyó al fin para sí mismo - “...Y piensa en esto como en otro maldito combate”. Así que decidió ir  al grano, haciendo adrede acaso la pregunta más estúpida.
-         ¿...Por qué tiene tanto miedo de su marido?
Una Hiyori algo más serena bebió un sorbo de sake y postergó su respuesta.
-         ... Kenshiro-san le aprecia profundamente Douglas-san. Pero si estuviera al corriente de lo que ha intentado hacer, si supiera siquiera que ha pensado en hacerlo, le mataría de forma impensable. Yo también debería morir, en consecuencia. Para mi marido no existen tonos de gris. Nunca los hay para el honor mancillado
Dallas la miraba de hito en hito. No le sorprendía en absoluto el hecho de que un mafioso fuera capaz de asesinar a su propia esposa, sino la docilidad y naturalidad con la que ella parecía aceptar su lugar y destino en aquel juego macabro.
-         ...¿Y cómo sienta estar casada con un tipo que sabe que sería capaz de matarla sin pestañear?
-         ...Él me ama, Douglas-san. Pero no se equivoque, lo haría igualmente. Para un hombre de su posición, no habría elección posible, por mucho que odiase hacerlo. Sería su deber. El mismo que hoy me ha traído aquí. Usted no me ha dado elección; Dudo que pueda entenderlo.
Dallas la observaba con vago gesto de sarcasmo, mientras comenzaba a dar buena cuenta de la sopa. Volver a su cinismo habitual parecía haberle hecho recuperar el aplomo.
-         Tiene gracia... ¿sabes?, parece que vosotros siempre dais por sentado lo que un gaijin como yo puede entender o no; ¿Qué tal si pruebas a explicármelo?
Hiyori se sonrojó como si hubiera sido pillada en una falta leve. Con tono algo condescendiente empezó a hablar.
-         ...Todo japonés entiende la naturaleza del Girí. Sin el deber, la vida estaría carente de sentido. El de toda mujer después de su boda, tan solo comprende a su esposo.
Dallas la devoraba con la mirada; Hiyori intentaba rehuirle, mirando sus propias sombras en la mampara.
-         ...¿...Y cómo fue que acabaste con un mafioso como Kenshiro?
-         ...Digamos que él estaba en el lugar preciso en el momento en que yo más le necesitaba.
El americano tomó la botella de cristal esmerilado, y rellenó con naturalidad la copa de su acompañante, mientras la seriedad volvía al tono de su voz.
-         ¿...Le quiere aún?
Hiyori contemplaba su vaso con la mirada perdida en alguno de los rosados reflejos de la luz sobre el licor, espaciando de nuevo su respuesta.
-         ...Bien, ya que ambos estamos ahora en peligro de muerte, no veo razón para no ser del todo franca con usted. No sabría decirle si “amor” es la palabra adecuada. En cualquier caso; -dijo volviendo a mirarle a los ojos-Soy su esposa.
-         Eso no es suficiente.
-         ...Tal vez en el mundo del que usted procede, las cosas sean diferentes.
-         ...Puede que mi mundo no sea tan distinto al tuyo como imaginas -replicó con media sonrisa- sin embargo, hay algo que sé bien; Un matrimonio de conveniencia es igual en todas partes; créeme, soy abogado.
Dallas había lanzado su primer golpe al fin. Hiyori le sonreía entre despectiva y condescendiente.
-         ¿”...Matrimonio de conveniencia”? Tenéis demasiadas ideas preconcebidas... Y desconocéis el significado del deber. Creo que fue un error venir hoy aquí.
Contrariada y ofendida, la dama se preparaba para levantarse y marcharse; Dallas era consciente de que se le acababa el tiempo y se preparó para lanzar el golpe definitivo.
-         ...No ha respondido aún a mi pregunta de si le quiere.
-         Pero, ¿es que no puede entenderlo?-Estalló al fin- Usted no sabe nada de mí; Todo lo que soy y lo que tengo, se lo debo a él; Él me rescató, me educó, me dio una vida. Antes de conocerle... yo no era nada, no tenía nada, ni siquiera respeto por mí misma. Él me regaló eso y me dio mucho más. Pero por encima de todo ello señor Parker, es mi marido y me debo a él. El resto carece de importancia; Incluyéndole a usted.
Hubo un largo silencio antes de que volvieran a mirarse. Cuando lo hizo, Dallas vio en sus ojos húmedos una dureza que hasta entonces le era desconocida. Tenía razón. No sabía nada de ella; Y la sofisticada mujer de mundo que ahora prendía un cigarrillo con filtro -Dallas ignoraba que fumase- se parecía muy poco al ángel que había imaginado. Sin embargo, eran sus ojos una ventana que acaso a su pesar, mostraban lo que sus labios no se atrevían a decir. Ahora entendía que su mirada aquella primera vez en casa de Kenshiro no fuera acaso una declaración de intenciones, sino tal vez una petición de ayuda. Hiyori secó sus lágrimas con la dignidad de quien se sabe con derecho a verterlas, e intentó devolver a su voz el tono distante con que empezó su entrevista:
-         ¿...Sabe, Douglas-san?, Hay algo en usted que no acaba de encajarme; la mayoría de sus compatriotas a quienes conocí en las fiestas de mi esposo, sentían o al menos, fingían sentir cierta... fascinación por nuestra cultura. Pero usted no. No le gustamos nosotros, ni nuestras costumbres. Tal vez quiera explicarme que hace tan lejos de tu país.
Dallas había encendido a su vez, uno de sus propios cigarrillos americanos, y empezaba a asumir que tal vez todo aquello no le llevara realmente a ninguna parte. Quizás ambos hubieran perdido su tiempo, hecho que extrañamente le hacía sentir más cómodo al dirigirse a ella. Exhalando el humo hacia arriba contestó:
-         ...En realidad no es ningún misterio; Mi bufete precisaba con urgencia un abogado en Japón; y yo odiaba Detroit. Tomé un avión y acabé aquí. Que tu esposo me reclutase no fue difícil. Sabe escoger a los mejores.
-          No parece sentir demasiada nostalgia por su país.
Dallas sonrió abiertamente, en un alarde de cinismo:
-         ¿...Bromea? No tengo el menor apego por aquel maldito lugar. Es un pudridero al que ya nada me ata.
-         - Nunca antes había conocido a nadie que sintiera tan poco respeto hacia su patria. Aquí todos formamos parte de algo desde que nacemos, Douglas-san. Y estoy segura que usted también, aunque pretenda huir de ello.
-         - Yo no huyo de nada; -Dallas esquivó aquella vez su mirada- ...es solo que no hay nada allí que me inspire a volver.
-         ...Entonces debe estar muy solo, Douglas-san.
El americano no respondió. No estaba acostumbrado a la sinceridad en dosis tan nocivas, y ahora era él quien jugaba a la contra. Cayó en la cuenta, de que jamás se había sincerado por completo con nadie en toda su vida. Por un segundo, se preguntó el verdadero motivo.
-         ¿...De qué parte de tu país eres, Douglas-san?
-         Vamos... -dijo mientras se reía- ¿...de veras quieres conocer la historia del pobre y estúpido gaijin que cortejó a quien no debía?; dame un respiro...
-          Espero que su historia merezca la pena. He arriesgado mucho al venir aquí, y odiaría tener que morir por un estúpido gaijin de quien  solo sé su nombre.
Al americano se le congeló la sonrisa traviesa al oír su réplica, como el niño que ha sido pillado en una falta. Era evidente que Hiyori poseía más carácter del que aparentaba; sus últimas palabras le habían azotado con la fuerza de un látigo; Y por alguna razón, parecía tener sincero interés en oírle.
-         ...Bien, supongo que te lo has ganado. Aunque no te garantizo que no sea más que otra historia de mierda.
-         ...Correré el riesgo.
-          ...Provengo de un pueblucho de Tennessee que ni sale en algunos mapas. Uno de esos que nacen como arbustos al borde de cualquier camino. Allí crecí con mi tío, que regentaba un pequeño bar de carretera. El típico tugurio de ambiente country, para camioneros tatuados con sombreros tejanos. El caso es que Tío Frank no era un mal tipo, pero sí un completo perdedor. Se rindió al juego y la bebida cuando mi tía murió; Supongo que nunca supo muy bien qué hacer conmigo. -de pronto sonrió al acordarse algo- ¿...Quieres oír algo divertido?;...Recuerdo que de niño, a menudo venían por casa tipos raros preguntando por mi tío, ¿sabes?; Y él siempre andaba escabulléndose. Algunos matones venían tanto por casa, que algunas veces hasta me traían chicles. ...Incluso en su maldito funeral, hubo un montón de tipos a los que yo nunca había visto, que se acercaban al féretro para inclinarse sobre él. Cualquiera pensaría que mi tío tenía muchos amigos, -Dallas reía mientras hablaba- pero no; Eran cobradores, ¿entiendes? Habían ido a comprobar si realmente había palmado o era solo otro truco para no pagar…
Dallas negaba con la cabeza, mientras sonreía con su cinismo habitual, como si contara la historia de otro. Pero ahora el narrador se había quedado ensimismado. Sin darse cuenta, se había quedado atrapado en su propio relato, era de nuevo aquel joven petrificado ante el ataúd de su tío, afeitado y vestido de chaqueta como jamás antes lo había visto, tan distinto que al principio le costó reconocerlo. Hiyori le sacó de su breve aturdimiento, animándole a continuar.
-         ...El caso es que el bar era frecuentado por  boxeadores de un gimnasio cercano. Ellos me contaban sus batallas y yo escuchaba. Debí escuchar demasiado, pues a los pocos meses comencé a pelear. En dos años ya me preparaba para hacerme profesional. Estuve muy cerca, ¿sabes?
Dallas tomó otro trago largo antes de continuar.
-         ...A los diecisiete sufrí un grave accidente que me apartó del ring para siempre; Estaba acabado y solo en un agujero en mitad de ninguna parte. Mi única meta se convirtió en escapar, así que empecé a estudiar. Y para mi sorpresa, descubrí que era bueno.
Hiyori escuchaba con atención pese a que a ratos miraba su reloj con preocupación. A Dallas ya no le importaba el tiempo. Había bebido y descendido lo bastante a sus propias profundidades, como para perder la noción del mismo. Tan solo le movía la urgencia de sacar de su pecho aquello que tantos años había guardado sin saber muy bien para quién.
-         ...Lo único que sabía, era que había pasado mi vida en un pozo de mediocridad. Así que hice lo que tenía que hacer para salir. Entré en un bufete de poca monta y peor reputación, especializado en la defensa. Mi mentor, el viejo Vincent Muller, era una rata austriaca medio tarada, que mezclaba en sus alegatos el nazismo con la Biblia, pero era el mejor dejando a un asesino en libertad antes aún de que la sangre hubiera secado. Y yo aprendí rápido. Tanto como descubrí que me gustaba todo lo que ellos tenían, especialmente el dinero. Más tarde entré en otro despacho de más categoría, la misma basura, pero con mejores trajes.  El resto ya lo sabes.
 “...Una historia vulgar” -sonrió mientras se encogía de hombros- “...Pero no dirás que no te lo advertí...” Dallas estaba definitivamente ebrio. Hiyori volvió a consultar su reloj y apagó su cigarrillo sin levantar la vista. Luego miró largamente los ojos vidriosos del gaijin, exhalando el humo, con la curtida expresión de quien ha visto a muchos hombres peores que él, y en mucho peor estado. Si Dallas hubiera estado siquiera algo más consciente, habría reparado en que aquella expresión poco tenía que ver con la esposa ejemplar que solía representar en sociedad, o con el inocente querubín encarnado que había enamorado al americano. Aquella mujer real, que sostenía su mirada en silencio como si aún esperase algo, era la esposa de un yakuza. Y en su posición, la inocencia era un lujo que no se podría jamás permitir.
-         ...No creo que sea una historia vulgar -dijo al fin- ...Y tampoco creo que me lo haya contado todo.
Ambos habían arriesgado demasiado para venir. Así que Dallas lo dijo al fin:
-         ...Hace dos meses, te vi por primera vez en aquel jardín. Desde entonces he luchado cada hora de cada maldito día por negar lo único que sé que es cierto...
 Por primera vez, en aquella gélida velada, Dallas advirtió en ella una genuina sonrisa que iluminó sus pupilas. Se aferró a aquel breve gesto, con la desesperación de un naufrago en mitad de un tifón.  “...Que ya no puedo… prescindir de ti.” -dijo al fin con voz entrecortada-
Dallas se había acercado a ella lo bastante como para sentir su aliento y ella no había intentado alejarse. Sus labios estaban entreabiertos. Él tomó su rostro entre sus manos, sosteniéndolo por un instante. Hiyori pareció estar a punto de hablar, pero una vez más, sus ojos la precedieron; súbitamente su mirada se endureció y se zafó bruscamente, levantándose. Permanecieron inmóviles, separados por una mesa, dos sillas, y un abismo infranqueable. Ella le miró impasible desde el dintel mientras se ponía su sombrero cubriéndose de nuevo el rostro. Solo alcanzó a ver sus labios escupir una última advertencia.
-         “...No vuelva a llamarme nunca más. No intente volver a ponerse en contacto conmigo o daré parte de ello a mi esposo el Oyabún; Y si le conoce bien, sabrá lo que vale su misericordia. Esta vez, está advertido, gaijin. Mi deber está cumplido.”
Hiyori salió de la habitación como un suspiro. Dallas intentó detenerla, poniéndose en pie tambaleándose, para caer de bruces sobre la mesa de madera entre un estrépito de platos rotos. Cuando la habitación dejó de dar vueltas, hacía rato que ella se había marchado.
 

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