lunes, 18 de marzo de 2013


CAPITULO 18: “Tregua nocturna


Tras depositar una generosa propina sobre el inmaculado guante del aparcacoches del Shokudai, Taggart acomodó a Casey en el asiento del acompañante y arrancó su espectacular Lamborghininegro. Condujo el reluciente bólido a través del centro de la ciudad en dirección al pequeño apartamento que la joven compartía con otra estudiante nipona en el distrito de Ruppangy. Ray echó un vistazo fugaz a la luna llena sobre los 
edificios por el espejo retrovisor mientras prendía uno de sus inseparables Gauloises largos con filtro. Había pocas cosas mejores en el mundo que fumar un cigarrillo cuando uno lleva varias horas deseando hacerlo. Eran más de las doce en la esfera de su Lotusde oro; “...A estas horas” -pensó- “...Candie ya se habrá acostado”creyendo -o no- que él seguía en su reunión de accionistas de los miércoles. Estaría roncando tras su ritual nocturno de abluciones y cremas para el cutis que dejaban impregnado ese odioso olor en la almohada que Ray detestaba. ¿Por qué tantas malditas cremas? Aún no había cumplido los cuarenta. Se le hacía difícil creer que aquella seguía siendo la misma mujer que años atrás, lo había seducido con su aire entre ingenuo y felino, en un balcón solitario de aquella fiesta de año nuevo en Nueva York. La misma que durante años, había conseguido de él todo cuanto quería con tan solo con una mirada. ¿Qué diablos podía haber cambiado tanto en ocho años?
 Taggart pensó no sin cierta sensación de culpa, que tal vez había sido precisamente la adaptación de su mujer a su propio estilo de vida lo que había acabado por destruir todo cuanto le atraía de ella. Ahora Candie se parecía demasiado a él. Y eso le asustaba más de lo que habría querido reconocer.
Las luces parpadeantes de neón, rojas y azules, se reflejaban persiguiéndose con rapidez sobre la brillante carrocería del deportivo que se deslizaba suavemente sobre el asfalto, en una imagen que Ray había visto en infinidad de películas. Se preguntó cuanto tiempo hacía que no iba al cine.
Candie había ido perdiendo interés por todo lo que significaba la vida social desde que llegaron a Japón, hacía ya varios años. Él se esforzaba cada día en adaptarse a aquel maldito país, en aprender su condenada lengua y sus absurdas costumbres; Pasaba el día trabajando con ellos en la empresa, y Candie malgastaba su tiempo en casa viendo el canal vía satélite y haciendo llamadas en conferencia transoceánica que le costaban una fortuna.
No era justo.
En realidad, los problemas estaban ahí desde hacía tiempo, pero las peleas aumentaron cuando se mudaron aquí. Creyeron que esto sería un nuevo comienzo para los dos, pero no fue así. Hacía años que Taggart compartía techo y cama con una completa extraña a la que conocía demasiado.
Entonces echó un vistazo a la belleza ebria y somnolienta que  sollozaba en el asiento de al lado, con la cabeza apoyada en el cristal y la mirada perdida, como si fuera tan solo una niña. No había dejado de llorar en silencio desde que salieron del restaurante. Casey le había contado que nunca logró superar el trauma que el suicidio de su padre significó para ella, y el comentario de Douglas la había herido de algún modo.
Douglas.
Sonrió al pensar que era cierto que nunca le llamaba así, por su verdaderonombre. Todo el mundo le llamaba Dallas, el nombre que usaba cuando boxeaba. Y debió de ser bueno. Aún le dolía a veces la mandíbula del puñetazo que aquel le propinara la noche en que descubrió que se había estado acostando con Roberta, su novia de entonces. Y es que Dallas siempre fue un mal perdedor. Igual que él. En eso eran iguales.
Todos decían que Dallas y él eran inseparables en Stanford pero él sabía que en realidad, la suya era más una amistad nocturna y festiva basada más en la semejanza de sus preferencias etílicas y sexuales que en sensibleras confidencias en las que casi nunca habían caído. Lo cierto era que iba a hacer doce años que se conocían y en realidad, pocas veces habían sido tan francos uno con el otro como aquella misma noche. Pero Ray apreciaba realmente a Dallas. Había entre ellos dos una diferencia de edad de casi diez años que siempre le hacía mirarlo desde la perspectiva de su supuesta madurez. Unas veces le veía como un competidor aventajado, otras como un hermano menor necesitado de consejo. En cualquier caso, le preocupaba aquello que le había confesado esa noche. Conocía bien a su amigo y sabía que no era hombre que abandonase fácilmente cuando tenía una idea fija rondándole la cabeza.
Pasó el brazo por los hombros de Casey atrayéndola hacia sí tiernamente, dejando que apoyara su larga cabellera rizada ahora suelta, sobre sus hombros. Aspiró el suave aroma de su perfume juvenil y  de nuevo se sintió culpable. No era la primera vez que había engañado a Candie desde que llegó a la isla ni tampoco la segunda, pero sí era la primera vez que había sentido algo en su fuero interno; algo que ni siquiera su mujer en sus mejores tiempos había sido capaz de provocar. Había algo en la frágil figura que descansaba ahora acurrucada junto a él, que le conmovía al tiempo que lo excitaba salvajemente.
Pensó por un momento en lo sencillo que todo esto sería si Candie hubiera nacido en Japón. Le habían contado que al parecer, antiguamente eran las propias mujeres niponas las que  precedían en los burdeles a sus maridos para elegir a la prostituta que atendería a su esposo; Solo para cerciorarse de que la concubina estuviera sana, así como de que sus modales estuviesen a la altura de su cónyuge. En Japón, el terreno sexual era moralmente neutro; todo estaba permitido siempre que se hiciera en su momento preciso y sin faltar a los convencionalismos. El problema era que Casey no era una prostituta y que él había faltado a todos los convencionalismos enamorándose perdidamente de ella.
¿Por qué no? Aquella vez todo iba a ser distinto. Con ella se sentía un hombre diferente, de treinta, de veinte años. Era capaz de hablar de cualquier cosa, podían ir a cualquier sitio sin que el otro se sintiera incómodo. Y se querían. No era posible que aquello realmente fuese algo malo. No era justo. Pero estaba Candie. Siempre Candie.
Apagó el motor a la sombra de una arboleda para no llamar la atención en exceso. Estaban cerca del apartamento de estudiante de Casey. Taggart apagó el cigarrillo, y sintió su aliento cálido en su mejilla. Cerró los ojos, y se giró para besarla con la boca abierta, mientras su mano se deslizaba hacia su nuca acariciando el nacimiento de su cabellera rizada, aspirando un suave aroma a almizcle. Su otra mano exploraba sabiamente la tersa piel de su espalda pecosa, buscando la cremallera del vestido que él mismo había comprado unos días antes. Abriéndola hasta alcanzar triunfalmente el broche del sujetador,  “Bendito licor japonés” -pensó él- mientras deslizaba su mano dentro con impaciencia adolescente. Enfebrecido por la excitación, Taggart se despojó de la chaqueta y replegó hacia atrás el asiento del conductor mientras entre risas nerviosas, ella se acomodaba sobre él, besándole agresivamente. En un último acto de conciencia Taggart miró hacia fuera, preocupado por la posibilidad de que alguien pudiera estarles observando, pero la calle estaba desierta y las ventanillas empañadas unidas a la oscuridad aliada, les daban la intimidad necesaria para consumar su amor clandestino.
Ajenos al resto del mundo.

Por el momento

 

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